El invierno ahoga la ilusión

A 700 pies de altura desde un "chapulete mecánico" el drama conmueve más. Las ciudades, las casas, las bananeras, los arrozales y hasta los pequeños bosques de guachapelí parecen islas. Para quienes viven en ellas lo son.
Los habitantes de las zonas rurales de Samborondón, Salitre, Daule, Jujan (Guayas) y Babahoyo, Vinces y Baba (Los Ríos), como en otros inviernos fuertes, solo llegan a ellas en canoas a remo, a palanca o con motor fuera de borda.
La vegetación, verde en unos casos y amarillenta en otros, es escasa. Todo es una gran sabana donde lo único que hay son peces, pequeños aún. Nada de allí puede salvarse para cambiarlo por dinero.
A 700 pies, debajo del "chapulete con hélice" que arranca como un Volkswagen escarabajo, el hombre que se ve como una hormiga alza y flamea un pañuelo blanco. Está en una isla de madera y zinc cercana a otras. Desde allí pide auxilio.
La mayoría de los que como él sufren los embates del invierno lo que quieren es comida: atún, arroz, aceite, pan, carne, pollo, sal, azúcar, café.
Desde que hemos recorrido las zonas rurales de Guayas, Los Ríos y Manabí, eso es lo que han pedido: comida. No hay trabajo ni un cultivo de donde sacar alimentos.
Desesperación. No tienen dinero para comprarlos, y hacerlo implicaría, en unos casos, horas remando hasta los pueblos y, en otros, tener dinero para ponerle gasolina a los motores. A muchos el agua les cubre la ilusión de salir pronto de la sabana, donde corran menos peligro, incluso de ser mordidos por las venenosas culebras.
Ya pocos se atreven a ir con sus carros por los muros que todavía quedan. Uno de los que intentó hacerlo está al filo de la vía de tierra, a punto de caer. El conductor del 706, de trompa roja, cajón de madera y lona azul, espera parado a alguien que lo ayude a salir del apuro. Parece aferrarse al montubio que pasa remando una canoa. Le pide ayuda. Que avise.
Vinces ya está seco, pero sus alrededores están cubiertos. El río creció y se metió en una bananera a la que dejó amarillenta, quemada, con el agua hasta los racimos, que solo se distinguen por una cinta celeste que revela en qué semana debieron ser cortados. Las riveras del Babahoyo son una enorme sabana de agua amarillenta, turbia.
Allí, hasta las vacas y los toros parecen olvidadas en medio del agua. Ni un vaquero, ni un sombrero asoman. Ni una canoa.
Guillermo Lizarzaburo C. - Guayaquil
Fuente: Diario Expreso

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