La necesidad obliga a la mujer del campo a tomar el machete

Día de la mujer. La mayoría trabaja en el campo o en su casa, pero no recibe una remuneración
Hacen de todo. Cocinan, lavan, atienden a los niños y trabajan en arrozales, maizales y tabaqueras
 
Desde sus 27 inviernos, Robertina Proaño Matos es el hombre de la casa. Lo dice con una nostalgia que le hace humedecer sus ojos negros, como el color de su piel tostada por el sol.
Sabe lo que es levantarse a las cuatro de la mañana, preparar el desayuno, alistar a los chicos para la escuela, ayudarlos en las tareas, rozar la finca, sembrar tabaco, cosechar arroz, trasplantar cacao, tumbar plátanos. Sabe de todo.
La piel también se les curtió a Sonia y Flor María Proaño, a Bárbara Alcívar, a Manuela, a Rosa, a Esmeraldas, a Petita, a Chabuca, a Dora. A las 701.959 trabajadoras del campo, remuneradas y no remuneradas.
La vida de ellas transcurre como la de Robertina, entre vacas, arrozales, cacaoteras y, en este invierno, también entre mosquitos, agua, desolación y esperanza de días mejores.
En el campo las mujeres trabajan pero la mayoría, el 84%, no tiene una remuneración. Son las que hacen lo mismo que Robertina Proaño. Las que trabajan hasta que pegan el ojo, más que el hombre, que lanza su primer machetazo o su primera semilla a las seis de la mañana y se "alza" a las once por ocho o diez dólares.
Es que en el campo se merienda con arroz, seco, carne frita o menestra que los hacen ellas y después de lo cual tienen que dejar brillosos los platos.
Hasta el 2010, los trabajadores remunerados en el agro eran 301.299. Los hombres sumaban 231.544 y las mujeres 69.755.
Desde que se quedó sola Robertina cuidó de los mellizos y en especial de Jaime, que le salió con el 70% de discapacidad mental. Lo tuvo dos meses y 21 días en el hospital Alejandro Mann. No tenía quien le ayudara en eso.
Para salvar a su hijo le rogaba a Dios, todos los días, que no le quite lo que le había dado y lavaba los platos en el hospital. Santiago nació sano. Tienen 19 años y aún dependen de su madre. Solo de ella.
Desde joven le gustó la dirigencia y así consiguió las 27 casas que el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) les construyó en el recinto Pajonal Sur, de Jujan, donde se llega por una vía empedrada que sigue hasta Simón Bolívar y Yaguachi.
El año pasado la reeligieron presidenta de la Asociación de Montubios Pajonal Sur, "con estatutos y todo" y que pese a los años de lucha el Codemoc no les resolvió el proyecto para la creación de una microempresa: una pequeña fábrica de alimento balanceado y un galpón para la cría de pollos y gallinas ponedoras.
Gisella Magallanes Gaibor también aprendió a "clasear" (clasificar) el tabaco. Sabe cuáles son las mejores hojas de la planta. Se casó a los 15, tiene 19, una pequeña hija que es "su vivo retrato" y otra criatura que pisará el campo aún inundado. Nacerá el 13, en el mes de abril, "de agua mil".
Marilyn, el retrato pequeño de su madre, tiene el cabello algo ensortijado, ojos vivarachos y un pequeño perro con el que juega todo el tiempo.
Su mamá llegó hasta segundo curso en un colegio de Durán. "Mis padres se separaron, mi mamá estaba en Babahoyo y mi papá en Durán; caí enferma, y no teníamos cómo pagar la mensualidad y derecho de exámenes". Por eso salió.
Le hubiese gustado aprender corte y confección. De hecho sabe algo de eso. Aprendió a coser ropa de bebé, una que otra blusa y pantalón de mujer. No ha tenido una máquina y si la tuviese le sacaría provecho.
A ambas les preocupa el futuro. Lo que será de Marilyn y de las otras niñas de su edad que viven en el verdor del campo, el agua que inunda el solar de sus casas y la rutina de sus madres.
Ninguna entidad pública las ayuda. Así lo dice Robertina, quien reflexiona sobre la necesidad de preparación de ellas. "Las mujeres no estamos preparadas, las chicas solo terminan la primaria, se hacen de compromiso a los 10, 13 o a los 15 años, porque ven el sufrimiento de su casa".
Mercedes Segura enviudó. Desde los 40 se dedicó a trabajar para mantener a su familia. También sabe de todo, pero del cultivo de maíz fue lo que más aprendió, pues las zonas rurales en Ventana (Los Ríos), en la vía a Echeandía (Bolívar), lo que más producen son mazorcas.
Otras, en cambio, conocen en detalle cómo preparar ese choclo, porque en el campo el hombre no cocina. Las recetas son muchas y cuando hay suficiente producción se reúnen para preparar la mazamorra, las complicadas humitas, tortas de sal y dulce, torrejas, muchines. Es que las mujeres son más unidas y solidarias. Cuando hay reuniones preparan en grupo las comidas. Hermanas, vecinas y amigas que llegan desde otros sitios se dividen las tareas.
Las 701.959 que tienen un trabajo remunerado y no remunerado son como Robertina, Gissella o Mercedes, que saben torcerle el pescuezo a una gallina, preparar la comida, limpiar los arrozales, sembrar las cacaoteras, cosechar maíz y alzarse un saco al hombro.
Guillermo lizarzaburo - Simón Bolívar

Fuente; El Expreso

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