La realidad de los agricultores y de la agricultura ecuatoriana

Un país como el Ecuador, que tiene un clima envidiable, el mismo que es estable a través del año, que dispone de varias cuencas hidrográficas, de suelos aptos para la agricultura y con un potencial humano enorme para trabajar la tierra, no ha sabido aprovechar estas ventajas para hacer de la agricultura una actividad generadora de riqueza y de plaza de trabajo para millones de personas.
Valorando la importancia de la agricultura en un país que no es industrial, que no posee tecnología de punta y que debe basar su desarrollo en la producción de la tierra, un recurso renovable, diverso, de gran potencial, diferenciado competitiva y comparativamente con otros países, es la única forma de poner todos nuestros sentidos y recursos en una gran obra socio – económica, para lograr ese desarrollo tan anhelado.
Viajemos imaginariamente a través del diario vivir de un ciudadano de las aéreas urbanas, a quien llamaremos Pedro Cabrera, comerciante, con una preparación de nivel secundario, perteneciente a la clase media, a quien sus ingresos le permiten pagar el alquiler de la vivienda, la educación de sus dos hijos, la alimentación y otros menesteres básicos.
El señor Cabrera se levanta por la mañana y se viste con ropa de algodón, ya no producida en las zonas de Pedro Carbo o Tosagua, si no importada, por que el ecuador dejó de producir algodón en gran escala por falta de competitividad con los asiáticos
Tal vez un poco de frio, por lo tanto debe usar un abrigo sencillo confeccionado con lana de borrego proveniente del altiplano de la Latacunga, calza zapatos de cuero de ganado criado en Vernaza y fabricado en Quisapincha.
Toma su desayuno con huevos procedentes de las granjas avícolas de balsas, con leche de las ganaderías de santo domingo, majado de plátano de milagro, una papaya venida de Santa Elena, el jugo de naranja de caluma y un café de Zaruma.
Lee un periódico impreso en papel importado de los bosques de eucaliptos de Brasil o de chile, y mientras sale a trabajar, su esposa va al supermercado del barrio, siempre en búsqueda de los mejores precios de las frutas, verduras y carne para no apretar mucho el presupuesto familiar.
Durante el almuerzo el señor Cabrera, come un filete de carne de res, proveniente de Bucay, arroz de Daule, frejoles de Pallatanga. Una ensalada mixta de vegetales cultivados en Portoviejo, Colta y Patate. Las papas del Angel, queso de Cojimies y salsa de tomate de Cuenca. Jugo de naranjilla del Puyo y de postre flan de coco de Esmeraldas, otro café de Paján endulzado con azúcar de la Troncal.
Por la noche sale con su esposa a cenar y comen solomillo de cerdo de animales alimentados con balanceado fabricado con maíz producido en Ventanas y de soya transgénica importada, ya sea de Estados Unidos o de Argentina y son criados en Balzar, combina con chocolate hecho con cacao de naranjal. La mesa está adornada con rosas de Cayambe
El señor Cabrera es una persona inteligente y analítica, agradece por todo lo recibido, por tener salud y trabajo, entonces repara en lo que es su diario vivir, los productos que consume, su origen, precios, calidad y quienes los producen. Aquí comienza el aporte de la gente que vive en el campo, produciendo para alimentar a las grandes masas de población ubicadas en las zonas urbanas.
Bajo ese análisis y recordando su niñez cuando vivía en Baba, se acuerda de las condiciones en las que vive la gente del campo, sin servicios básicos que en la ciudad si hay, en la educación, cuando tenía que caminar 10 kilómetros para llegar a la escuela o en el mejor de los casos trasladarse a lomo de burro, que la gente se moría por que no había a la mano suero antiofídico, mientras que en la ciudad hay clínicas, hospitales o por lo menos un centro de salud.
La gente del campo vive consumiendo agua de un rio o de pozo, a veces entubada, a diferencia de la ciudad donde hay agua potable. Así, el campo acusa falta de electricidad, de transporte publico, de caminos por lo menos lastrados, de medicamentos, de comunicación, de distracciones para hacer la vida más llevadera, esa es la realidad del campo y las diferencias con la gente que vive en las zonas urbanas.
Por todo esto, el señor Cabrera quiere decirle en voz alta a las autoridades que se preocupen mas del campo, de sus pobladores, quiere gritar a voz en cuello, que los agricultores no son gente arrogante y retrograda, son personas que viven en lugares donde otros no se animan a vivir, moviéndose a través de caminos intransitables y peligrosos, despertándose en la madrugada para ver nacer un animal, rezando para que llueva en el momento de la siembra o que paren las lluvias durante el tiempo de la cosecha, con tacto y conocimiento de la naturaleza, mucho más grande que el tuyo. Al señor Cabrera le molesta, ver como los recursos se emplean en otras cosas que no son el impulso de la agricultura, un sector muy importante para la economía del país.
Son gente que se animaron a abrir los bosques, a construir carreteras, a plantar y cosechar, y también quisiera gritar que cualquier problema que afecte a un agricultor, a una empresa rural o a una agroindustria, es un problema del país y del mundo, porque en el periódico que lee el señor Ccabrera, hay una nota que dice:
“que hay mil millones de personas en el mundo que se mueren de hambre”, por lo tanto recomienda que abramos los ojos y desconfiemos de todas aquellas personas que quieren hacer de la agroindustria, una actividad criminal y dolosa, ya que muchas veces se burlan del esfuerzo y sacrificio de los agricultores, autorizando a su antojo las consabidas importaciones, para afectar el mercado local, bajando precios y provocando la desesperación e impotencia de miles de agricultores, sin que los oportunistas de siempre se conduelan de la salida de divisas o del desconsuelo del campesino.
En el Ecuador se produce una gran variedad de productos agrícolas, que la gente no consume en mayor grado por falta de dinero, muchos de estos son rechazados por la sobre maduración de frutos y granos.
Esta es la realidad de un país agrícola, con miles de agricultores dispuestos a producir, muchas veces sin incentivos, viviendo en condiciones paupérrimas, pertenecientes a una clase baja tirando a subterránea, pero que mantienen su entereza para labrar la tierra, son emprendedores y aman lo que hacen, sabiendo que con su trabajo y dedicación dan de comer a las aéreas urbanas, o generan divisas por la exportación de los productos agrícolas tradicionales.
Ah, pero déjeme decirle que la gente de las ciudades, si son exigentes con las productos que vienen del campo, los quieren de calidad, que no presenten ningún deterioro en su corteza, que luzcan impecables, que sean lo más orgánico posible y que no tengan trazas de químicos. Les importa un bledo las peripecias que tienen que pasar los agricultores para cultivarlos, y estos son productos que casi siempre caen en manos de los intermediarios, quienes sin riesgos se marginan grandes ganancias.
A los ciudadanos de las aéreas urbanas, no les interesa saber si llueve o no llueve, si las culebras han diezmado a la familia del agricultor, si las plagas asfixian la economía de ese hombre del campo, no definitivamente no, lo que realmente les importa es ir al mercado popular o al supermercado, dependiendo de su “status” social y adquirir los productos agrícolas necesarios para su alimentación, le vale un pepino la seguridad y soberanía alimentaria, no le importa la salud del campesino, si el dengue lo ataca o toma agua contaminada, si los hijos van o no a la escuela a lomo de burro o a pie.
Entonces si nos ponemos en los pies del señor Cabrera, si somos solidarios, si realmente amamos al prójimo, si somos exigentes con lo que llevamos diariamente a la mesa, digo, debemos exigir a los gobiernos de turno que se preocupen mas por las cosas básicas que necesita la gente del campo, que no improvisen y antes por el contrario preparen una planificación acorde con un gran cambio en el desarrollo agrícola del ecuador, que brindemos más apoyo a la gestión de los campesinos, compadeciéndonos de su situación y pesares, siendo más humanos y reconociendo en ellos todos sus valores y generosidad para con nosotros los citadinos.
Autor:
Ing. Agr. Victor hugo Quimi Arce
Ph. D
El productor

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