Caracoles, banquete del gavilán

El control del molusco es clave para una buena cosecha y esta ave ayuda a eso
El ave no para de cazar. Su vuelo de reconocimiento y su chillido, el preámbulo de que halló a su presa

El chuque, de pico largo y puntiagudo, plumas cafés combinadas con blanco y cuerpo encorvado, parado en una estaca en la orilla de una laguna, está muerto de hambre. Ni el pez más pequeño asoma en el espejo de agua, en los lechuguines o en el muro.
Cuarenta metros más adelante, parados en otras estacas, dos gavilanes tienen un banquete de caracoles a su disposición. Son los amos de los pantanos, que comparten con garrapateros, chuques, pataletas, huaques, patillos, garzas, gallaretas, marías y patos cuervos.
Solo tienen que descansar 30 minutos y digerir lo que tienen en el buche. El resto es rutina: gritar su estremecedor "cra, cra, cra", levantar el vuelo de reconocimiento, planear, agarrar el molusco del lodo y volver al árbol donde anidan.
Aquellos ya con el buche repleto van por ramas de algarrobos con las que construyen sus nidos. Nadie en el campo sabe cuántas crías tienen por ciclo. Unos dicen que dos, otros que tres. No más.
Ninguno de los montubios de Daule, Salitre, Samborondón, Tarifa, Santa Lucía o Palestina espanta a estos depredadores naturales de la plaga más dañina del arroz desde hace tres años: los caracoles.
Pedro Castro y Francisco Ronquillo, arroceros viejos, de hoz y garabato, han visto amenazadas sus matas de arroz. Estos campesinos no saben cómo el llamado caracol manzana mutó y llegó a sus huertas a comer arrozales. No se explican cómo pueden en una sola noche acabar con varias hectáreas. Y lo peor es que están dejando sin alimento a otras especies, como el chuque y el pato cuervo.
Lo dicen los arroceros que, para combatir la plaga, envenenan irracionalmente la tierra con insecticidas que matan al caracol pero también a millones de peces y a otras especies.
Campesinos de Daule aseguran que el molusco pone 1.200 huevos, siempre en la parte alta de las plantas, las ramas, los palos, desde donde ya eclosionados caen a su hábitat, el agua, necesaria también para que el arroz se desarrolle.
Los agricultores que se han cortado la piel con el carapacho cuentan que incluso la baba del caracol impide que la herida cicatrice pronto. Hasta un mes duran con la cortada abierta.
Todavía los arroceros no saben cómo controlar la plaga de forma natural, salvo que lleguen cientos de esos gavilanes de pico voraz y fuertes garras. Adrián Vargas lo único que hace para salvar su arroz es fumigar con dos litros de agroquímicos cada hectárea al inicio de la siembra y con dos más después de ocho días, lo que suma $ 60 y el riesgo de intoxicarse.
El caracol "mocha" las plantas. Hasta después de un mes de nacidas las mata. Si un gavilán está cerca, el pesticida lo ahuyenta. Es por eso que en Palestina algunos arroceros prohíben fumigar: le crean un hábitat ideal para que el ave haga su exterminio.
Su curvo pico es el arma letal de esta hermosa, dominante e intimidadora ave. Le es tan fácil sacarle la carne a su presa que hasta se las lleva a sus crías, hasta algarrobos o tamarindos de diez, quince o veinte metros. Allí anidan.
Son tantos los caracoles y tantas las crías que dejan que Francisco Ronquillo debe sacarlos uno por uno de su parcela todos los días, a la que entran pese a la malla negra y alta que rodea las verdes plantas recién sembradas.
La hembra gavilán es tan dominante como el macho de ojos rojos intensos, plumaje más oscuro y garras coloradas. Su chillido es fuerte y profundo. Su rabo se mueve al mismo compás de su grito cuando se siente amenazada, aun en su algarrobo pintado de haces y rodeado de cientos de carapachos secos.
Guillermo Lizarzaburo - Daule. Diario El Expreso

Publicar un comentario

0 Comentarios